El Nabarima, de bandera venezolana, es un navío de 264 metros de eslora (largo) que se cree está lleno casi a su capacidad máxima con 1,4 millones de barriles de crudo, una cantidad casi cinco veces mayor a la que derramó el Exxon Valdez en 1989.
El buque se utilizaba como plataforma estacionaria anclada en el Golfo de Paria con el objetivo de ayudar a la exportación de petróleo venezolano. Pero quedó inactivo tras el reciente desplome en la demanda de energía a nivel mundial a causa de la pandemia y de las sanciones de la Casa Blanca contra el gobierno de Maduro, las cuales han ahuyentado a posibles compradores del crudo pesado que produce Venezuela.
Los críticos de la deteriorada petrolera estatal señalan que el buque de doble casco -construido en 2005 por la surcoreana Samsung para ConocoPhillips- es sólo un ejemplo de la corrupción y malas gestiones del chavismo que han llevado a la quiebra a la industria petrolera, que por décadas brindó prosperidad al país.
Venezuela, otrora el paraíso del petróleo, percibe hoy menos del 1% de los miles de millones de dólares que obtuvo antaño por la venta de su infinito oro negro. Es tal la crisis que recientemente Maduro rompió el silencio sobre los ingresos del país y admitió que Caracas ha dejado de percibir 65.000 millones de dólares desde 2014, cuando la pobreza empezó a ser ley. El contexto es una economía un 90% más pequeña que hace siete años, un 82% de devaluación bajo la pandemia, una inflación acumulada que ya supera el 1.000% y la corrupción y pésima administración como pivotes del derrumbe del país.