El presidente de la Nación autografiaba la foto que alguien esperaba del otro lado de su escritorio. Un funcionario suyo advirtió con suerte esquiva al jefe de los intrusos: “No interrumpa al Presidente”. La máxima autoridad de la República levantó la vista. Tenía frente a sí al general Julio Alsogaray y a los coroneles Luis César Perlinger, Luis Prémoli, González Miatello, y Corbetta. No hubo lugar para la foto autografiada. Cruzaron palabras como espadas filosas ya desenvainadas. Illia habló primero.
-¿Quién es usted?
-Soy el general Alsogaray.
-Espere, estoy atendiendo a un ciudadano…
-Vengo a cumplir órdenes del comandante en jefe…
-El comandante en jefe soy yo. Mi autoridad emana de la Constitución que usted ha jurado cumplir. A lo sumo, usted es un general sublevado…Usted no representa a las Fuerzas Armadas, sólo representa a un grupo de insurrectos. Usted y quienes lo acompañan actúan como salteadores nocturnos que, como los bandidos, aparecen de madrugada.
-Lo invito a retirarse. No me obligue a usar la violencia.
-¿De qué violencia me habla? La violencia la desataron ustedes en la República …Ustedes le han causado muchos males a la Patria y se los seguirán causando con estos actos. ¡Retírense!
El cortejo golpista se va, pero una hora después regresan los coroneles, encabezados por Perlinger, y presentan el ultimátum de un modo más drástico. Cosa juzgada. Esta vez, el que habla primero es Perlinger.
-Doctor Illia, en nombre de las Fuerzas Armadas vengo a decirle que está destituido.
-Ya le he dicho al general que ustedes no representan a las Fuerzas Armadas.
-Me rectifico, en nombre de las fuerzas que poseo…
-Traiga esas fuerzas… Perlinger.
-Doctor, no lleguemos a esto.
Illia se mantiene firme, de pie, erguido. Perlinger se retira y alrededor de las 7 regresa con doce integrantes de la Guardia de la Policía Federal, armados con pistolas lanzagases, como si estuviesen frente a un delincuente perturbador del orden social y no ante la máxima jerarquía de la República. Perlinger habla de nuevo.
-Doctor Illia, su integridad física está plenamente asegurada. No puedo afirmar lo mismo de las personas que aquí se encuentran. Serán desalojadas por la fuerza…
-Yo sé que su conciencia le va a reprochar lo que está haciendo. El país les recriminará siempre esta usurpación… (Y luego se dirige a la patrulla policial): A muchos de ustedes les dará vergüenza cumplir las órdenes que les imparten estos indignos, que ni siquiera son sus jefes. Algún día tendrán que contar a sus hijos estos momentos y sentirán vergüenza.
-Usaremos la fuerza.
-Es lo único que tienen.
Años después. Illia contaría que en esos momentos estaba a su lado su hija Emma: “¿Saben lo que me dijo?… Papá, agarremos un revólver y empecemos a los tiros contra estos tipos”.
Lo que ocurrió fue otra cosa: sin disparar un solo tiro, ante una apatía cívica generalizada, sin que las calles se poblaran de voceríos rebeldes, comunes a la época, o de solidaridades opositoras, mucho menos de querellas sindicales, la asonada se imponía como un simple cambio de guardia.