La alucinación al poder y el riesgo del naufragio
El mundo también está loco y el astro del tenis Novak Djokovic se siente crucificado.

La disertación elemental y ahuecada de Martín Guzmán, las solemnes alusiones a los Incas del siempre ditirámbico Alberto Rodríguez Saá en el contexto del encuentro pedagógico sobre la deuda, el deja vu del default dictaminado por su hermano Adolfo hace 20 años y ovacionado entonces de pie por el pleno del Parlamento, la reacción virginal del sofisticado “Pata” Medina con apoyo del oficialismo para denunciar la persecución que lo atormenta, los besos de la jueza al asesino que liquidó a un bebé de nueve meses con sus propias manos, que mató a un policía y que es su objeto de estudio ahora, para una investigación muy académica y muy tórrida, la tómbola del sueldo de Javier Milei, y la melodía perversa de Ignacio Copani que muestra el certificado de la vacuna que repudió con ritmo y letra.
Todo ello asociado por contigüidad con la vigilancia silente pero presente de Cristina Fernández respecto de lo que se decida hacer con la deuda. Todo enfatiza la grave incertidumbre de Alberto Fernández respecto de lo que ella quiere y dictamina.
Se configura la escena alucinada de otra enajenada semana argentina.
La alucinación al poder.
Y mientras tanto, trenes apabullados de pasajeros trasladan desde la provincia hasta la Capital a miles de personas que buscan testearse y asegurarse de su vínculo con la intrusiva Ómicron que desespera a millones en el mundo, aunque con menor índice de letalidad que los predecesores y mutantes rostros del Covid.
El mundo también está loco y el astro Novak Djokovic se siente crucificado, según el testimonio de su padre, por no poder jugar un torneo de tenis, tras negarse a toda vacuna inoculada en su aura de invicto frente a la plaga universal.
Hay un modelo político que incluye por cierto a la Argentina en un sitial protagónico, pero que no es exclusivamente argentino, que prioriza la psicosis respecto de la razón.
La “alucinocracia”.
En la Argentina particularmente hay una raíz alucinofílica, paranoide que observa que somos perseguidos, expoliados, por conquistadores redivivos, voraces y azuzados por ancestrales fiebres del oro.
Pero son las oligarquías presentes y vigentes las que buscan el oro y los paraísos, como el legislador que partió a las Islas Maldivas con su pareja, ambos exhibidos por sí mismos en las redes, espejos cuasi oníricos de la combustión de dos mundos: los paraísos a la mano del funcionariato enriquecido, y los infiernos de la mitad de los pobres, de los parias, de los que pasan el verano sin luz y bajo chapas que incrementan al calor impávido al sufrimiento humano.
La concepción clásica de alucinación, la define como una “percepción sin objeto”.
Es simple, y produce distorsiones dramáticas. “Me persigue un monstruo para devorarme” eso siente un alucinado que cree en su imaginario, pero no hay monstruo, ni persecución.
El fenómeno puede trasladarse a nivel masivo. “Los que venden Pfizer nos quitaran los glaciares”, pero esa alucinación difundida como real es una percepción sin objeto. No ocurre objetivamente tal cosa. Y mientras tanto murieron miles por la demora en traer las vacunas.
Hay vendedores de alucinaciones. Saben que lo que difunden es falso, que no tiene objeto, pero lo difunden masivamente y deliberadamente para confundir, para manipular, para dominar y en muchos casos para robar mientras intoxican al resto con alucinaciones que los distraen de la realidad, que es siempre la ruta del dinero.
Pero el dinero se licua en la inflación.
La licuefacción de la moneda, coadyuva a la situación alucinatoria masiva: los pesos circulan de a miles, millones, millones de millones. Parecen muchos, muchísimos, pero valen cada vez menos.
Es una distorsión perceptiva.
Un mal sueño.
Más es menos.
Es una creencia multitudinaria y fabuladora. La fábula es la alucinación de que no pasa nada con la inflación Es una gravísima alucinación.
Llenos de billetes los bolsillos están cada vez más vacíos.
Y frente a esa confusión fatal, el gobierno ofrece la nada misma.
No se entiende qué pretende. No se explica nada pero prevalece la simulación de una explicación.
Hay una predilección por las mitologías en detrimento del acontecer propiamente empírico.
Nadie especifica cómo resolver los problemas.
Y de ese modo, la alucinación al poder nos alucina a todos en una angustiante locura.
Es un divertimento feroz. Estamos jugando en el borde mismo del abismo, hipnotizados por ficciones que coquetean con el naufragio como si fuera gratis.