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Daniel se mostraba como un ciervo en la relación asimétrica, no solamente en el campo de la estética sino en todos los sentidos, cuando se complementaba con Viviana, ella era un poco más alta y él si bien no se resentía ni jamás se hubiera atrevido a brindar una escena de celos, tampoco Viviana le daba argumentos; la estaba idealizando hasta el punto de que el hombre demasiado empalagoso para la mujer, la termina cansando.

Viviana valoraba el sentido servicial que Daniel hacía de la pareja, pero ya estaba percibiendo que los roles se invertían de tal manera que ella pasaba a ser el hombre que toma decisiones y protege la especie, mientras que él vivía solamente para tributar sacrificios en el altar de la divinización que le estaba haciendo a su mujer. Lo habían tocado al tema un par de veces, pero él demostró que no estaba preparado en este mundo para decidir nada que no fuera del agrado de ella, era uno de esos hombres que por maltrato desde la niñez, le terminaba pidiendo permiso a la vida para respirar, psicológicamente un eunuco y se respaldaba en ella hasta el punto de no hacer nada sin  su consentimiento.

Varias veces Daniel le insistió a Viviana en la posibilidad de adoptar un niño o traerlo al mundo por encargo, pero la mujer tenía dudas y dilemas que no se los comentaba, en primer lugar ya se consideraba un poco madura para traer un hijo al mundo, con el agravante de que nunca superó el trauma de las dos pérdidas y lo que era más grave, no veía en Daniel la estatura de padre, por lo tanto desechaba sistemáticamente volver a insistir en la maternidad. Por las mañanas mientras él trabajaba en la cocina de un restaurante, Viviana estaba terminando los últimos pasos en el controvertido juicio sobre los bienes, aun cuando parecía que nunca se iba a terminar con aquella contienda. A la casa no volvía porque le dolía, primero verla en ese estado y en segundo lugar, por los recuerdos y por sobretodo porque no quería verse en la pintura que debía estar allí seguramente regodeándose de haber sido la protagonista del destino de los seres que allí vivieron. Inclusive muchas veces Viviana llegó a pensarlo si por una astucia del destino y de la fatalidad, aquella imagen, que era su retrato no llegaba a ser más importante y más incidente que ella misma. Pero luego pensaba que era una pintura, que podía ir si quería, entrar y quemarla, destruirla, enterrarla, podía hacer cualquier cosa, pero  siempre llegaba a la conclusión de que no tenía sentido.

Sin embargo un sábado por la tarde se fue con Daniel y abrieron las puertas y las ventanas solamente como curiosidad para saber cómo estaban las cosas, pero todo permanecía intacto salvo el olor a encierro y cuando Daniel vio la pintura por primera vez, se quedó anonadado unos minutos, luego dijo que no imaginaba una mujer tan hermosa, que aun guardara los rasgos, ahí se notó de que Viviana estaba envejeciendo irremediablemente como nos pasa a todos.

Fue cuando ella le contó que el pintor tuvo una gran controversia con ellos porque sostenía que su arte dejaba viva a las personas, pero que el arte, la pintura la obra en sí, como se podía comprobar no envejecía. Pero insistió, Genaro que ya había muerto, había tenido la genialidad de pintarla para distintos tiempos, la pintó para la actualidad de ella cuando posaba pero luego y esto desató toda la tragedia, el rostro mostraba un futuro para nada promisorio y ahora, se podía observar desde cierta decrepitud de Viviana que la tela mostraba a una mujer en su mejor momento.

Son cosas del arte, se atrevió a exclamar Daniel que no entendía nada de nada de lo que Viviana le estaba explicando. Volvieron dos veces más y cuando ya habían pasado veinte años desde que la pintaron; Viviana se acercaba a los 57 años, sobrevino lo inesperado que desesperó a Daniel, una vez que terminado el litigio, habían decidido vender la casa, con muebles y rematar si era necesario aquel retrato; Viviana comenzó una mañana a sentirse mal, a Daniel lo llamaron al trabajo, rápidamente se dirigió a su casa y le dijeron que su mujer había sido internada de urgencia.

Llegó sin sangre al sanatorio y transpirando hasta que tuvo que esperar que saliera el médico para que le diera alguna información sobre el estado de salud de su mujer. Así estuvo esperando hasta que salió un médico alto y joven y le dio la noticia de que debían hacerle estudios, permanecería internada porque los signos con los que había llegado no eran alentadores, tenía muchos dolores en el vientre y  estaba muy pálida.

Daniel pudo entrar, habló con ella, le dijo que movería el mundo para que se mejorara, pero ella lo tranquilizó y le dijo que eran rutinas de la vida, seguramente una vez hecho los análisis, saldría todo bien y volverían a la casa. Cuando Daniel volvía y se preocupaba, renovaba las flores en la habitación, sabía del gusto por las rosas rojas que tenía Viviana, perfumaba, le pasaba fragancias por toda la piel, la acariciaba y fue entonces cuando ella cayó en la cuenta de que el amor es un gran impostor o al menos no se llevaba bien con la bondad, porque qué mujer no querría tener para sí a un hombre como Daniel y le entraba un fuerte sentimiento de culpa, pero irremediablemente se derrumbaba en el dictamen de la realidad; nunca lo pudo amar y siempre se interponía entre su intento y Daniel la figura indeleble de la historia que tuvo como Mariano, quien siempre lo guardaba en la memoria de su corazón.

Al poco tiempo se enteró de que la ex mujer de Mariano había fallecido, pero no pudo reunir este acontecimiento definitivo a sus tres hijos que andaban dispersos por el mundo y cada uno lidiando con sus destinos, cayó nuevamente en la cuenta de que más que una maldición era el tiempo, porque habían pasado décadas y claro, la gente se muere, como se iban muriendo aquellos que alguna vez lo recordaría en la gran fiesta, cuando si bien todo era espléndido una sombra se avecinaba sobre la casa, y no precisamente porque ella debía partir, separándose de Mariano. Con los años comprobó que aquello era cansancio o cualquier cosa pero si se hubieran separado nunca habría sido por que no se querían, el tiempo agrandó su amor hacia el hombre con quien había vivido los años más lindos de su vida, aún con todas las desavenencias y sueños fallidos que nos da la vida. Y ahora ella, postrada en la cama incómoda de los sanatorios mirando hacia la ventana de los recuerdos, comenzaba nuevamente a revalorizar las cosas lindas que tiene la vida y que creemos que son definitivas cuando las vivimos pero nada es definitivo. Ni siquiera lo definitivo porque adquiere nuevas formas.

 

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Daniel caminaba y el trecho le quedaba corto entonces doblaba y en determinado momento alguien le dijo que se calmara, pero no podía contenerse, mientras transpiraba y cada vez se ponía más nervioso. Hasta que vio esa imagen de la que pocos se salvan en esta vida, ese cuadro aterrador que es cuando los cirujanos salen cansados del quirófano sacándose los guantes, el barbijo y dirigiéndose primero a lavarse las manos para luego informar cómo habría salido la operación.

Daniel se impacientó más hasta que lo llamó el cirujano que no era el médico que le dio el primer diagnóstico y le dijo: Hemos tenido que operarla de urgencia, tenía un tumor maligno, le hemos practicado una histerectomía y como estaba avanzado, le amputamos uno de los pechos, creemos que hay metástasis, está estabilizada, vamos a esperar 48 horas para ver cómo evoluciona y posteriormente habrá que hacer un tratamiento de quimioterapia, está descansando. Daniel se dejó caer en el sillón de cuero y se quedó así durante una hora, recordaba con el tiempo que quería levantarse pero no podía, no podía afirmarse en las piernas, ni siquiera tenía aliento para incorporarse aunque sea aferrándose a uno de los respaldos del sillón. Esta shokeado.

La noticia infausta le cayó como un balde de agua helada, nunca creyó que se enfrentaría a este cuello de botella que le presentaba la tragedia de la existencia, podía soportarlo todo y muchas veces aceptó denigrarse pero no estaba preparado para tanto dolor, no se imaginaba la vida sin ella, sin su amor sin la motivación especial para levantarse todos los días con entusiasmo, llevarle el desayuno a la cama, las benditas horas cuando hacían el amor, quizás sintiendo que ella no tenía la correspondencia que él hubiera pretendido pero qué importaba todo eso ahora, ahora era pensar en nunca más y le dolía la maldita palabra metástasis, tumor, no encontraba respiro, una tregua algo que le calmara la sed como si hubiera bebido océanos de dolor.

Daniel estaba consternado y para colmo llevaban una vida de tanta solitariedad que no tenía con quien descargarse, con quien llorar su pena infinita, pero ante el arrecio de los pensamientos surgió uno que parecía un gigante y fue como un bálsamo ante tanto espanto, era el pensamiento del suicidio, entonces pensó y se calmó que sin Viviana la vida no tenía sentido, no habría más motivo para luchar y para qué seguir viviendo si era mejor morir; mientras cavilaba en esos pensamientos fue interrumpido nuevamente por el médico que le pidió algunas cosas, medicamentos y otros elementos. Con la frialdad de un ser maquinal salió del sanatorio y fue a buscar todo a la farmacia, una bocina criminal lo sacudió en el medio de la calle, ante un automovilista que lo insultaba, pero Daniel no escuchaba estaba perdido entre la bruma de la desorientación.

Compró todo lo que le pidieron y se sentó en una plaza que estaba enfrente del sanatorio, ahí se puso a llorar como no lo había hecho desde vaya a saber uno qué épocas remotas; una mujer que estaba sentada a su lado le dio compasión y apuro, quiso consolarlo pero era tal el llanto, que prefirió dejarlo solo y se fue. Así estuvo Daniel en las primeras horas luego de la operación del gran amor de su vida, a la que los médicos si bien no la habían desahuciado, tampoco sería nada seguro de ahora en más. Siguió así, sentado en ese banco de la plaza, algunos niños pasaban corriendo y disfrutando de los juegos pero él, ¡dónde estaba?, en toda partes y en ninguna parte porque su alma vagaba por encima de los techos de los edificios de la ciudad y el desconsuelo tiene esa característica el ser quiere estar solo, pero tampoco quiere estar solo, porque solicita que lo escuchen, aunque ante aquella noticia de que Viviana tenía cáncer, parecía que su vida había perdido la brújula y el sentido, que es lo que más cuesta, ahora debería sobrevivir que es ni más ni menos que andar buscando un sentido a esta vida, a su vida y cuando más golpeaba el dolor, nuevamente sobrevenía ese pensamiento maldito que como un usurero de la existencia le prometía la paz a cambio de que le entregara su vida cuando Viviana muriera; el suicidio, él nada menos que él, que siempre había dicho que nadie se quiere suicidar, nadie se quiere matar, los seres humanos que lo hacen es porque quieren vivir de otra forma; ahora lloraba su fracaso y el fracaso de sus conceptos.

Volvió al sanatorio, a las enfermeras le entregó un paquete de todo lo que le habían solicitado y le dijeron que ya podía entrar a la sala, pero sus piernas no tenían fuerzas, no tenía el valor de hacerlo, cómo decirle, cómo explicarle que la habían mutilado y que, no quería ni pensarlo, lo peor era que le quedaría poco tiempo de vida; trataba de moverlas, pero sus piernas no le hacían caso, así que se sentó se secó nuevamente las lágrimas, fue al baño se lavó bien la cara se peinó pero de todas maneras no podía disimular sus ojos enrojecidos de tanto llorar.

Finalmente entró y observó que Viviana estaba bastante lúcida, la encontró mejor de lo que pensaba, sería por su estado anímico en bancarrota, ella ni bien lo miró, ya sabía que había estado llorando y las mujeres tienen esa condición que le falta al hombre de adelantarse siempre al acontecimiento, por ese canal misterioso ya presumía que algo grave le había sucedido de todas maneras Daniel se sentó a su lado, la acariciaba y le dijo que todo iba a andar bien, la operación salió muy bien, era cuestión de esperar y pronto volverían a la querida casa que estaba ahora sola, trató de ensayar alguna sonrisa.

Viviana fue gélida y lacerante: si todo ha salido tan bien, contéstame por qué has estado llorando y por qué me está faltando una teta, me falta, miró por debajo de la sábana, el pecho izquierdo, así que dejemos las pavadas para otro momento y decime qué es lo que tengo. Daniel estaba aterrorizado y no sabía qué hacer, entonces ella se compadeció porque conocía las limitaciones de ese buen hombre y le pidió que llamara al médico para que le informara. Pero Daniel se opuso le dijo que no era el momento, ella le indicó que lo llamara y así lo hizo.

El médico que la había operado no estaba, entró el médico de guardia, venía con el parte o informe médico, en el que leen todas las indicaciones, dicen cosas aunque estén exentos del pánico que les produce a los pacientes cuando deben escuchar algún diagnóstico. Entonces el médico les dijo que estaba estable y que había que esperar 48 horas para ver como reaccionaba el organismo y que toda la información se las daría el médico cirujano cuando viniera en la mañana siguiente. Daniel le agradeció, cuando miró Viviana estaba sumida en un profundo sueño, salió a caminar y entonces le dijeron que debía retirarse no podía estar en la sala de enfermos críticos, podría volver a verla en la mañana cuando los médicos hace la rutinaria visita.

Daniel, que en el apuro se había olvidado el automóvil, no quería pensar si lo dejó en su casa, en el trabajo, lo cierto es que tomó un taxi y se dirigió a su domicilio para bañarse y tratar de descansar un poco cosa que no podría hacer. El taxista era uno de esos hombres que le tiran algún tema de conversación al pasajero, pero al ver que Daniel no le contestaba nada y tenía la vista perdida en la ventanilla del automóvil optó por ser discreto y se dedicó solamente a conducir. Llegaron al domicilio, le pagó y entonces nuevamente debió hacer un esfuerzo supremo para entrar a esa casa que lo esperaba que los fantasmas revoloteaban en el interior, porque sus pensamientos estaban más pendientes de lo que sería su vida sin Viviana que en otra cosa.

Cuando entró se tendió en la cama porque le cuerpo se lo pedía y si sospecharlo se quedó dormido, no por mucho tiempo, se despertó y se pegó un baño, tomó un café caliente y se fue al living a hablar con los fantasmas.

Viviana estaba bajo los efectos de la anestesia, ahora quedaba  una largo camino escarpado de calvarios nuevos, aceptar la enfermedad, convivir con el cercenamiento y asumir que la gran Venus, en vez de la amputación del brazo, peor para su belleza, ya no contaba con uno de sus dos pechos que siempre fueron la turgencia perfecta en aquel 62 por ciento de la proporción de los griegos. Vivir así era morir cotidianamente para colmo había que convencerla de que tenía que vivir y para eso sobrevendría el trauma de la quimioterapia. Malas nuevas, malas noticias, tiempo de sufrir o de agregarle sufrimiento sobre aquello para lo que nunca estamos preparados en esta vida.

Cuando Viviana en la madrugada despertó nuevamente y se vio así se quería morir, lloraba, gritaba, se volvió agresiva hasta con Daniel que le aguantaba todo, rechazó a un par de psiquiatras que quisieron calmarla y cuantas veces en esos raptos de ira no habría llegado a la conclusión de que lo único que habría amado era a su cuerpo, su infinita belleza hoy convertida en un santuario luego de haber sido profanado.

Entonces rechazó el tratamiento, pero ante la insistencia se volvía más colérica hasta que tuvo que hacer un trato con Daniel, y le prometió que se haría el tratamiento siempre y cuando él se metiera de lleno, vendiendo la mansión en cualquier precio irrisorio y rematara también absolutamente todo, inclusive la pintura porque si le quedaban fuerzas iría personalmente y le prendería fuego.

Daniel la serenó le dijo que inmediatamente se abocaría al tema y que cuando le dieran de alta, seguramente ya tendría compradores hasta que le mostrara las cuentas de todo lo vendido. ¡Liquidado!, corregía ella. Porque había entrado en la locura de creer que todo se debía a una maldición por qué tenía que terminar de esa forma y no quería verse nunca más con la pintura ya que jamás volvería a competir con ella; aquella, la del cuadro era una Viviana más viva que muerta y ésta estaba más muerta que viva. Una vez que Daniel se quedó  a cuidarla escuchó durante un sueño que ella tenía, decir: Pintor estafador, me pinta viva, quedo viva, pero las dos tetas solamente las tengo pintadas..y así murmuraba hasta que luego recomenzaba con rencores hasta que le aumentaban el calmante.

Cuando a Viviana le dieron de alta, permanecía en la casa sin hacer absolutamente nada pero cada dos semanas debía internarse nuevamente porque comenzaba con el tratamiento de la quimioterapia y como era con suero, prácticamente parecía que nunca iba a salir de la clínica.

Daniel la llevaba dos veces por semana al psiquiatra, era un hombre semi calvo, de unos 47 años, que atendía abriendo dos puertas, en la sala de espera solamente había una silla muerta, no colgaban de las paredes ningún cuadro, una triste alfombra gastadas de pisadas viejas, una pequeña mesa con un par de revistas jubiladas era el primer paso que había que dar. Luego el médico la hacía pasar, cerraba la puerta, entonces él se sentaba detrás de un escritorio antiguo y ella tomaba asiento en otra silla quizás tan muerta como la anterior. Detrás del psiquiatra estaba como siempre la biblioteca, el ambiente se presentaba en penumbras, un poco tétrico pero en realidad era el ámbito de dos seres que luchaban por lo que ellos llaman la contratransferencia, cuando el médico o los dos hacen un acto de empatía que no siempre se logra.

¿ y cuál es el problema Viviana? Comenzó preguntando.

No hay ningún problema le contestó ella, mirando el piso, que era la prolongación de la alfombra. Se quedó callada mirando hacia abajo y no hablaba, estuvo así durante unos minutos hasta que el médico prosiguió: algún problema debemos tener, de lo contrario cómo justificamos que estemos hablando en este momento…., Pero Viviana ni  se inmutó, no contestaba, no quería hablar, quería salir corriendo de ahí, nada la impulsaba a vivir además si había un problema no quería solucionarlo. Este concepto le vino a la mente y lo utilizó: el problema, es que si existe un problema, yo no quiero que se solucione, así que, como ve, no lo miraba a los ojos, realmente no sé por qué estamos aquí hablando, quizás porque el hombre que vive conmigo aconsejado por los médicos que me tratan el cáncer me haya insistido en venir aquí, pero le aseguro que si quiere me quedo en la sala de espera, le pago igual me da lo mismo, no tengo problemas y si los hubiera no me interesa solucionarlos.

El médico la observaba fijamente y tomaba notas en un cuaderno, entonces se produjo un  silencio largo y desagradable porque ella consideraba que ya lo había dicho todo o casi todo y el médico no repreguntaba. Así estuvieron mientras pasaban los minutos. Quiere decir, cedió el médico que el cáncer no sería un problema, o mejor dicho un problema menos. Viviana estuvo silenciosa otro buen rato: el cáncer puede ser la solución si se lo considera un problema, pero para mí no es un problema al contrario es una puerta para irme de este mundo lo más pronto posible.

El médico no dejaba de tomar notas, y prosiguió, pero ud hacer quimioterapia, si realmente cree que el cáncer es su salvación, por qué trata de combatirlo?. Yo no lo combato se apresuró la mujer, es una concesión que le hago a Daniel, el hombre que vive conmigo y a los médicos, pero me da igual. El cáncer no es un problema, no tengo problemas. ¿Viviana, por qué se expresa como el hombre que vive conmigo cuando habla de su, estimo su pareja o su esposo, no sé…Ella levantó la cabeza, le iba a decir algo pero se calló, entonces vio que el médico estaba esperando la respuesta y con displicencia le contestó: porque es el hombre que vive conmigo, ni más ni menos, no es pareja, no me gusta esa palabra, al menos para mí no define nada, no es esposo, no tengo hijos con él, es decir, no demos vueltas, es el hombre que vive conmigo.

Y así se consumía el tiempo cuando se cumplían religiosamente los 50 minutos, ella le pagaba y si no tenía cambio, el médico ya tenía el vuelto contado, luego le abría una primera puerta que la tenía con llave, abría una segunda puerta le daba la mano y de ahí Viviana caminaba por un pasillo sin techo que la llevaba directamente a la calle sin la posibilidad de que viera a quien entraba ni al que entraba la viera a ella.

Estuvieron con esta rutina casi un mes hasta que el último día que Viviana fue a ver al psiquiatra luego de los ruegos encarecidos de Daniel, llegó con buen ánimo, sorprendió al médico y le comunicó que no iba a volver más porque no tenía sentido pagar para nada  ya que en realidad le reiteraba fue una concesión que hizo pero insistía no tenía ningún problema. El médico le sugirió que reflexionara porque si realmente la enviaban a verlo era porque algo estaba pasando incluido el tema del cáncer, pero ella se negó enfáticamente a reconocer que estaba ahí porque su vida era un desastre y no quería arreglar nada, pero en realidad el problema lo tenía más Daniel porque se quedaba inexorablemente solo que ella que quería irse de este mundo.

El médico le dijo, antes de que se vaya, permítame la siguiente opinión; usted ha demostrado en todo este tiempo que essss, una boluda serial, si una boluda serial; Viviana ante el atropello y abuso se puso roja de ira y cuando iba a disparar todas las armas que aun guardaba; el médico le objetó: se da cuenta que está viva, mire cómo reacciona, quiere un espejo, mirese está resentida con la vida con las cosas que hizo mal, pero no se aturda conque no tiene problemas y que no quiere vivir; morir es cosa sencilla lo difícil es vivir. Viviana seguía con los colores en la cara le quería tirar con lo que tuviera pero debía ser mortal y no escapar, entonces demoraba y el médico sacó provecho de esta situación; ¡ve, no contesta porque tiene ego!, entonces tiene problemas, quiere vivir, tiene ego lo que pasa es que no quiere enfrentar el problema. Viviana le tiró la plata al escritorio, abrió la primera puerta, siguió y abrió la segunda puerta y salió corriendo hacia la calle.

Salió así, herida en su profundo yo, porque aunque no se la hubiera dado, el médico tenía razón.

 

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Mientras tanto Un día Daniel le llegó con la noticias de que en la inmobiliaria le tenían un comprador para la casa pero que el precio era un poco irrisorio, pero ella insistió que la vendiera, que la liquidara, que la regalara si era necesario y Daniel que vivía en otro mundo además se vio siempre un extranjero en ese tema, instruyó a que se vendiera en un precio irrisible. Todo lo de adentro, muebles, adornos, vasijas, muñequitos que con Mariano habían traído de la India, fetiches de distintas culturas, todo fue rematado. Y cuando Viviana le preguntó sobre la pintura, Daniel le dijo que también entró en el remate, se la llevó un hombre que parecía entender de arte y pagó, buscó en una libretita, pero ella lo interrumpió sumida en un llanto profundo y largo, como esos dolores desgarradores que vienen de lo más hondo del ser.

Entonces le pidió a Daniel que nunca más le volviera a hablar de aquella casa y menos de aquel maldito retrato. Se fue deteriorando porque la quimio la enfrentaba al cáncer pero ella no colaboraba anímicamente, tampoco comía adecuadamente, sumida en una gran depresión, solamente dejaba que Daniel la llevara a dar una vuelta por la plaza, pero en la medida que fueron pasando los días, las semanas y los meses, Viviana demostraba que no quería vivir.

Daniel que era el que manejaba absolutamente todo había renunciado a su trabajo pero podían sostener la casa, los gastos y la enfermedad más que con la venta de la casa con lo que tenía Viviana que en aquellos años administró bien todo lo que recibió de las acciones, y la herencia en general que le dejó Mariano. Cuando Daniel fue a ver al oncólogo porque lo llamó, le mostró que de seguir así, poco tiempo de vida le quedaba a Viviana, porque si bien estaban enfrentando al cáncer, podían aparecer otros tumores, le habían extirpado los ganglios, lo que la dejaba muy vulnerable, y se podía observar en su rostros el típico color verdoso, inexplicable que tienen quienes padecen esa enfermedad. Daniel se animó y le preguntó cuánto tiempo de vida le quedaba, pero los médicos son renuentes a dar fechas, no obstante ante la insistencia de Daniel, el  médico le dijo que de seguir así, con  ese desánimo y no comiendo como era necesario, quizás le quedaran un año, un año y medio a lo sumo, de vida.

Daniel estaba atribulado, no quería volver a la casa, no quería dar esas noticias, se quedó un rato tomando un café, en una confitería debajo del sanatorio y se puso a pensar, mientras se le enjugaban los ojos, qué haría con su vida sin Viviana en donde recalaban todos sus sueños, le pedía a Dios que no se la llevara aunque debiera vivir de rodillas, y someterse a todas las denigraciones del mundo, pero volvía a la realidad, se secaba las lágrimas y volvía a la casa tratando de aparentar de que todo estaba bien, que las cosas iban como debían y que había que darle tiempo a la droga parta que pulverizara cualquier resto de tumor.

Pero Viviana lo observaba sin ningún estímulo porque ella no quería vivir así, no aceptaba no lo asumía que tuviese que vivir sin un pecho y que tuviese que verse y que la vieran a ella que presumía con su belleza como una fría bazofia humana. Dramatizaba o tal vez no para una mujer que había sabido gozar de las mieles del ego cuando la belleza del cuerpo es la avidez de los otros y que fue el gozo y la presunción de su hombre de su único hombre, cuando se había sentido amada solamente por él. Daniel no caía en la cuenta de que se estaba transformando en una marioneta, en un títere de la devoción que le tenía a aquella mujer, que para colmo como el agua se le escurría de las manos.

El desenlace fue más rápido que lo esperado porque después de las internaciones para hacerle la quimio, Viviana se quedaba muy mal, se mareaba, estaba débil y no podía sostener el ánimo para seguir viviendo, no encontraba el sentido para continuar la existencia, la visitaban algunos sacerdotes, oradores, pastores de distintas religiones quienes muchos iban más por ellos que por los enfermos de todas maneras llegó un momento que fue derivada a la sala de enfermos críticos y luego a los de alto riesgo, un eufemismo para no decir que son los enfermos desahuciados, los que van a morir, agonizan lentamente y no siempre reciben el trato humanitario cuando se les mezquina la dosis de calmantes aun sabiendo que deben morir con dignidad en un mar de dolores por el cáncer, por los dolores del cuerpo cuando han estado semanas acostados, entonces el paciente entrega las últimas resistencias y quieren morir.

Un día jueves en la madrugada, con respirador artificial, Viviana estaba muy inquieta, Daniel no sabía qué hacer para calmar sus dolores, hasta que comenzó a tener convulsiones, Daniel salió corriendo a buscar a la enfermera de turno, llegó con la frialdad de los que tienen a la tragedia por rutina, apartó todo, se sentó al lado de Viviana, a quien se le fueron los ojos hacia atrás, la enfermera le apretó el respirador y la apoyó sobre su cuerpo, miró a Daniel, le dijo que ya había llegado el paro cardiorrespiratorio, Viviana sacudió un par de veces y se cortó.

Daniel miraba como si no tuviera ojos a la enfermera que tomo todos los implementos y se fue. Cuando se marchaba le dijo, ya le llamo al médico para que le haga el certificado de defunción. Daniel le cerró los ojos y le tapó la cara. Un ruido ronco se escuchó desde algún lado, quizás la Venus pintada también habría dejado de existir.

Dejó pasar un par de semanas y Daniel reacomodó los muebles de la casa, recibía el pésame de la gente, aunque se relacionaban con pocos, hacía como de costumbre las compras, creyó haberla llorado lo suficiente, no sabía cómo iba a vivir sin ella, no entendía la vida de otra manera, le entró una especie de paz de los que se quedan sin alternativas y desprefieren este tipo de vida porque se vuelve insoportable. Fue al supermercado compró champagne del mejor, preparó su noche, se hizo traer un manjar, cuando eran las 19 horas se bañó, se afeitó y se puso el mejor traje, aquel que algunas veces usaba cuando salían en los mejores tiempos con Viviana.

Enfrentó al espejo no podía verse porque estaba empañado del vapor por el baño que se dio y escribió: Daniel, es feliz..soy feliz. Se vistió, se perfumó y preparó la mesa para la cena. Desconectó todos los teléfonos, silenció toda la casa no quería ningún tipo de perturbación para aquella ceremonia que se explayaba hacia la posteridad. Estaba bien, estaba contenido.

A la mesa le puso el mejor mantel, no faltaron las flores, encendió las velas, apagó las luces, el ambiente quedó parcamente iluminado, el silencio habitaba todo. Él estaba resplandeciente, se sirvió el vino en la copa, la levantó y expresó hacia la soledad: “aquí termina la historia, aquí termina un ciclo, para que comience otra historia!. Mientras tenía levantada la mano con la copa en alto, dijo: brindo por la vida y por la muerte, con la otra mano buscó algo entre sus piernas y la mesa y con el dedo apretó el final de una vida y el comienzo de otra.

Hubo un ruido seco, cierto rechinar y comenzó a correrse la cortina y ahí apareció más hermosa que nunca Viviana, la pintura en todo su esplendor, hermosa, maravillosa como en los mejores tiempos. Sonriente frente a la pintura, Daniel se puso de pie y con la copa le dijo: ¡a su salud mi amor!. La cena está servida, después tomaremos café en el living y le tengo una sorpresa maravillosa en el dormitorio!. Viviana que insinuaba su desnudez, desde cierta imperceptible sonrisa seductora, lo miraba profundamente a los ojos.

Daniel ya desde tiempo había asumido de que no podría vivir sin el amor de su vida, quizás presentía la locura, porque a Viviana, se decía, no habría mujer en el mundo que pudiera sustituirla y la Venus de Milo no era otra cosa que una salida descabellada pero había aprendido a amar a esa pintura, hacía esfuerzos y buscaba todos los medios para humanizarla y se debatía entre la neurosis y la psicosis, tarde o temprano triunfaría la última que le daba la posibilidad de recrear sus propio mundo creyendo de que Viviana no estaba muerta sino que se reencarnaba en aquella pintura por eso le hablaba y le decía cosas bonitas, luego le leía poemas de amor, también comenzó a pensar en tener hijos, al principio en momentos de lucidez le parecía que lo que estaba haciendo era una calamidad pero lentamente se dejó llevar por los laberintos de la locura y ya estaba convencido de que Viviana no había muerto, estaba más viva y más hermosa que nunca, la prueba irrefutable, era la presencia viva en la pintura.

Mantuvo ese lugar como un santuario, no dejaba entrar a nadie que pudiera arruinar su luna de miel eterna y menos macular la imagen inmortal de la Venus, así, ese retrato fue el centro de gravitación de todos sus anhelos de todo su entusiasmo por vivir. Nadie escucharía que vivía con otro ser a quien amaba y que de rodillas como se adora a los dioses en el altar, comenzaba besándole los pies, seguía por las zonas pudendas hasta que besaba aquellos labios carnosos y hechiceros.

Se escuchó el llanto lejano de un niño, Daniel que comía frugalmente y hablaba con Viviana que parecía estar viva por fuerza de la locura de aquel hombre que tanto la amaba, la miró a los ojos, volvió a levantar la copa para brindar:  y le guiñó el ojo, entonces cariñosamente le murmuró;  no se apure mi vida….vamos a tener varios niños.

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