“Tengo un plan nuevo, volverme loco”, escribió Fedor Dostoyevski.

¿Será ese el nuevo plan nacional y popular?

Locos y locas del mundo uníos.

Suena lejanamente revolucionario.

Los funcionarios subordinados al Kremlin unipersonal que maneja los comandos del Senado van y vienen de Moscú y juegan, como si fuera inocuo, con Iván el Terrible.

Una vacuna esteparia y politizada se usa para ganar tiempo y para seguir perdiendo credibilidad.

El coronavirus parece un desafío demasiado serio para el carnaval argentino de improvisaciones y dislates. Idas, vueltas y promesas vanas, triunfalismos tribuneros, una vacuna moscovita que los altos tribunales científicos aún no terminan de aprobar.

“Humillados y ofendidos”, los argentinos de buena fe observan las negligencias arteras y peligrosamente irresponsables.

Con Rusia no se juega. Lo prueba la historia, su magnífica literatura y el presente feroz.

Cuando lo iban a fusilar a Dostoyevski le sobrevinieron unas ganas tan enormes de vivir como las de un recién resucitado. Y resucitó. Le escribió ese mismo día a su hermano Mijail la que pensó que sería su última misiva.

“Nos han llevado al campo de tiro de Semionov. Una vez allí nos han leído a todos la sentencia de muerte, nos han dicho que besáramos la Cruz, nos han partido las espadas en la cabeza y nos han permitido lavarnos por última vez . Luego han atado a un poste a tres de los nuestros para ejecutarnos. Yo era el sexto. Nos iban a llamar de tres en tres, en consecuencia, yo iba en el segundo turno y no me quedaba más que un minuto de vida (…) Pero al fin han tocado retirada, los que estaban atados han vuelto con nosotros y se nos ha anunciado que su Majestad Imperial nos perdonaba la vida. (…)”.

En Rusia la política nunca estuvo distante de la muerte. Ni del paternalismo. Ni antes ni ahora.

En Londres, el ex espía fugitivo de la KGB Alexander Litvinenko fue envenenado con Polonio 210, una pócima que lo dejó como a Dostoyevski al borde mismo del otro mundo.

Algo muy parecido ocurrió después con el más relevante de los opositores de Vladimir Putin: Alexsei Navalny, que fundó en 2011 la Fundación Anticorrupción. Su vida se convirtió en un calvario, porque descubría lo indecible y todo era cierto y tremendo. Es el único político ruso que aprueba el matrimonio para parejas de un mismo sexo, algo intolerable para la iglesia Ortodoxa. El 20 de agosto de este año lo envenenaron en Siberia. No murió, pero casi. Hace 48 horas, Putin se desmarcó macabramente del hecho: “Si hubiéramos sido nosotros, habríamos terminado el trabajo”, dijo como absolviéndose y tácticamente autoincriminándose en tantos otros trabajos bien terminados que no saldrán jamás a la luz.

¿Que sucedió con el asesinato de la periodista crítica Anna Politkóvskaya en 2006?

Con Putin no se juega.

Aunque él a veces sí juega: ahora ofrecería una vacuna light.


El Centro Nacional de Investigaciones Gamaleya, donde se desarrolló la vacuna rusa Sputnik V.

Sus cómplices transnacionales, Nicolás Maduro y Alexander Lukashenko, el autócrata aberrante que gobierna Bielorrusia, no admiten a ningún opositor libre, activo y vivo.

Ellos son los únicos jefes de Estado que negociaron con Rusia la adquisición de la vacuna Sputnik, ellos y Alberto Fernández, el Primer Magistrado, siempre auspiciado por la vicepresidenta. Ella, tan cercana al espíritu del camarada Putin, ultracapitalista que con mano de hierro tradicionalista, neo zarista, tutela la Santa Madrecita Rusia y todo lo que puede tutelar más allá de sus fronteras.

Los otros compradores de la Sputnik son privados. Hay negociaciones para adquirirla por parte de empresarios de diversas latitudes.

Trabadas como están las negociaciones con Pfizer, con excusas turbias, la salud pública en un momento crítico se asemeja a una nave a la deriva y sin comando racional.

Hay una pregunta central. ¿Cuál es el vínculo real, profundo e insondable entre Nicolas Maduro y la vicepresidenta, y entre ellos y la teocracia iraní, y entre todos ellos y Vladimir Putin?

El Pacto con Irán y el caso Nisman están oscuramente vinculados con esas triangulaciones donde se inscriben un millón de venenosos misterios que nos acucian.

El estridente silencio respecto del genocidio venezolano solo se explica por una complicidad transideológica y, en un punto terrible, homicida.

Ahora vivimos un momento de inflexión profundo.

Las excursiones intempestivas a Moscú, las promesas incumplidas, las mentiras a sabiendas, la demagogia elemental con la salud de todos, el descontrol, la negligencia, la desidia, la apatía, la dejadez y la corrupción son entre nosotros moneda corriente. De alguna manera, nos acostumbramos a ese desastre que incluso elegimos Pero ahora no.

Con el coronavirus todo cambia.

La ineptitud y los negocios personales son un atentado potencial masivo.

Hay un diluvio universal, y la pandemia no tolera el idiotismo político.

Porque si lo toleramos la muerte aguarda segura.

ya cayeron 41000.

¿Cuántos más?

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