Venían encadenados de espalda en cada extremo del carruaje, y no se les permitía que se miraran ni que hablaran, hecho que enloquecía, en la medida que pasaban los días, a Uladislao porque quería amarla, tocarla, curarle las heridas, pedirle perdón por no haber sido mejor hombre, más precavido y haberle dado un destino que no tuviese este final. Pero a ella le pasaba lo mismo porque ahora se sentía culpable de haber perturbado aquella alma que estaba entregada a Dios y que sin embargo prosaicamente un día se le presentó para declararle su amor solamente para llevarlo al patíbulo, entonces lloraba, hasta que cayó en la cuenta de que no valía la pena seguir gimiendo porque no tenía lágrimas, aunque sabía en la profundidad de su ser que estaba en la cripta del sufrimiento ya que al único hombre que había amado , le pagaba entregando la vida, siendo la única responsable de tanta desgracia. Entonces a Uladislao le pareció que lo picaban varias serpientes a la vez cuando Camila en una tarde de locura comenzó a pedirle perdón a gritos, por haberlo metido en tan soberano lío y que esto le pasaba por haberle robado un alma a Dios. Que así lo estaba pagando en vida y que se merecía eso y mucho más, que esperaba que la devoraran los fuegos del averno, aunque pedía al cielo por favor, que estaba dispuesta a todos los tormentos de la eternidad con tal de que a su hombre lo dejaran libre, porque solamente ella era la culpable de todas sus desgracias. Fue en esa tarde infausta, una de las últimas de la travesía cuando Uladislao enloquecido de desesperación al sentir a su amada aullar de esa forma, sacó fuerzas de donde no tenía y pareció volverse un oso cuando comenzó a mover el carro que los transportaba con intenciones de que se tumbara para provocar algo distinto a todo el tormento en que estaban viviendo, cualquier cosa era necesario para salvar a su amada y se inspiró en el Quijote cuando lo llevaban de la misma forma. Se convenció de que eran seres encantados quienes los llevaban prisioneros pero que él con sus fuerzas superaría esa situación para liberar a su amada, pero todo terminó rápidamente cuando uno de los guardias lo durmió de un culatazo en la cabeza. Estaba desgarrado por dentro y por fuera, quizás mejor sería, pensaba cuando despertó, que ella no lo viera así.
Así llegaron a la ciudad, también de madrugada y fueron encerrados en cadalsos seguros y custodiados.
A la mañana siguiente el gobernador fue informado de la detención y el lugar donde estaban seguros los prisioneros. A partir de ese momento El restaurador a propósito dejó pasar unos días para tomarle el pulso a la situación después de la ola de críticas que había recibido y con astucia, ahora que tenía la presa, quiso saborear los acontecimientos creando la duda en quienes pensaban que caería en la irresolución del tema. Sin embargo sabía perfectamente lo que debía hacer y no permitiría que nadie influyera en sus decisiones ni siquiera su hija que era a quien más escuchaba. Entonces el país se redujo a uno de los mayores escándalos que se hubiera conocido, sumido en un baño de sangre, solamente porque dos seres se amaban, aunque la moral de terciopelo del momento ya tenía la sentencia.
La hipocresía y el encubrimiento se codificaban en los genes de grupos de gentes, trasuntándose en el fusilamiento de dos desgraciados que contrariamente a lo que se pensaba en ese momento en el sentido de que pasarían del cementerio directamente al infierno, el destino, con sorna magistral invertiría los roles, para convertir en mitos a los extraños amantes, dando paso al infierno a generaciones venideras que arrastrarían la culpa del escándalo fabricado por los victimarios y adjudicado a las víctimas.
Las cartas estaban echadas y hasta los parientes de Camila consintieron que debía darse una lección ejemplarizadora para el bien del país, de la iglesia y de la moral.
Contrariamente a lo que podría deducirse, los condenados estaban tranquilos, más que tranquilidad ambos mostraban la serenidad que solamente le pertenecía a ellos, ya que nadie sabía que se cumplía inexorablemente el juramento que se hicieron en tiempos de felicidad cuando las primeras preocupaciones asaltaban la paz de Camila. Fueron llevados contra el paredón, mientras los esperaba un cura. Camila recibió la bendición con la cabeza gacha y cuando se la iban a impartir a Uladislao, éste la rechazó argumentando:
¿Dónde estabas?… ¡ a mis cuentas las arreglo con Dios, personalmente!
El cura se quedó perplejo y se alejó rápidamente del lugar, entonces vinieron a taparle los ojos pero ambos prefirieron morir mirando de frente a la muerte. Solamente Uladislao le pidió al capitán que le permitiera morir abrazado con su amante, a lo que los otros soldados respondieron negativamente, separándolos dos o tres metros. Sin embargo el que tenía rango más alto, creyó que el pedido respondía a estupideces de enamorados que no sabían lo que hacían, por lo que impartió la contraorden y le permitió a Uladislao que se acercara a Camila. Se miraron, se acariciaron con los ojos y se intercambiaron la paz interior que los rodeaba en ese momento porque nada había ya que perder y mucho por ganar, al menos haber vivido la parte más feliz de la felicidad en esta vida, con el juramento de que no habría destino posible que los separara en esta vida. Ella se animó y lo besó y El sintió la calidez de aquel beso que se resistía a que fuera el beso del final, entonces la tomó de la mano, y se la trajo detrás de la cintura, con el otro brazo le rodeó el cuello, mientras comenzó a acariciarle el hombro. Unieron las mejillas y se dispusieron a morir. El hombre de mayor rango ya cansado de tanta sensiblería dio la orden de apuntar y antes de escucharse los disparos se les vio los labios de ambos balbucear algunas palabras que se dijeron pero que solamente ellos sabían, porque a esa distancia no se escuchaban los murmullos del amor. Fue cuando Uladislao le habría dicho….
Vida mía….vivir juntos..
Mientras que Camila, también sospechan que le habría contestado…
Vida mía…o morir juntos..
Entonces adelantándose a los disparos, Uladislao trató de cubrir el cuerpo de Camila con el suyo, como un acto de gallardía final, pero no le sirvió de nada, porque ambos quedaron cruzados por las balas de los fusiles ensañados en no dejar de rugir.
Se desplomaron y quedaron amontonados como si fueran lo que fueron: una sola persona. Recibieron el tiro de gracia, no estaban en ese lugar, ya que antes de recibir los primeros impactos, ambos, habían desplegado el vuelo del mito.
Era el tiempo, cuando comenzaron a practicar uno de los deportes más apreciados en todo el territorio, extendiéndose con el paso de los años y de los siglos, por parte de habitantes que a través de las armas, de la difamación y hasta de la infiltración en la vida íntima de los demás, convertían la vida privada en coto de caza. Había premios para todos y se hizo de ello un culto nacional, que llegó a tener inclusive un gran atractivo turístico, viniendo a verlo desde todas partes del mundo.
El país era la Argentina, donde se practicaba: “ el fusilamiento del amor”.
India, secuestrada, cautiva, enamorada y fusilada, Amanda no se cansaba de morir.