El helicóptero está listo, como periodista de Radio Colón tengo la prioridad, Pepe Licciardi era un enamorado de esta radio y me la hacía escuchar mientras volábamos. El helicóptero tiene la ventaja sobre el avión, porque deja ver el paisaje. Es como subirse a un frasco y desde allí se observa la sonrisa de la creación si nos animamos a despojarnos de cualquier miedo que nos advierta de la fragilidad. Es la insoportable levedad del ser; tantas misiones, vuelos y acrobacias, Licciardi murió en su ley. Es una mañana pálida, desapacible, vamos a buscar a una persona que se ha extraviado en la inmensidad. Damos vueltas y vueltas y no hay caso, se ve de todo menos a una persona extraviada. Aterrizamos y ahora debo seguir por tierra la huella que va dejando el baquiano. Es un hombre que no habla, solamente se expresa con la pituitaria, es el olfato que puede salvar una vida. Vamos a caballo, por ahí parece que él y el animal son un solo ser. Las riendas prácticamente son innecesarias. Lo veo y observo que murmura, a ¿quien?..al animal. Se para, vuelve sobre los pasos, se inclina, se detiene unos minutos y cierra los ojos. Respira hondo y sentencia: ¡estamos perdidos!. Ahora siento más miedo que dentro del frasco.
Lo seguimos, como el universo las patas del animal siguen la misma huella que es una curvatura. Vueltas y vueltas, el baquiano bien podría ser un budista, porque prefiere el silencio, claro está operando su intuición. Una locura, me animo a cuestionarlo: estamos dando vueltas y casi siempre en el mismo lugar?. No me contesta; miro alrededor y por lo bajo les comento a dos acompañantes: ¡mamita que boludo!. Los otros se encojen de hombros. Y seguimos en la curvatura, que a veces se amplía o se achica. De repente, se detiene, ahora cabalga más rápido en dirección opuesta, se vuelve a detener, desmonta, se abre paso de un yuyal y se agacha. Esperamos, alguien me dice: debe estar meando; Esperamos, escuchamos un gemido y se nos aparece sosteniendo al hombre perdido, demacrado, no para de llorar, pide agua, pero le da muy poco y despacio. Lo sube a su caballo, el animal sigue asi despreciando las riendas, llegamos al helicóptero, se acercan corriendo familiares, la alegría retumba y las lágrimas contenidas se convierten en cataratas. Doy la primicia pero antes de subir al helicóptero le pregunto al baquiano; ¿jefe, cómo lo encontró?. Me mira, con ojos intimidatorios, y por fin habla: el que se pierde, cree que está perdido y no está perdido, el miedo lo embarulla, nunca sigue caminando en forma recta, desconfía de lo que está delante y camina en círculos, hasta que se agota. ¿ o sea que siempre está en el mismo lugar? Le pregunto. Así es me dice, mientras me da su mano áspera y salvadora. Subo, estoy callado porque siento culpa, pienso..¡ es cierto, cuando me pierdo me pasa lo mismo!.
La vida es lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para después contarlo.