PAGNI LO DEMUESTRA CON CLARIDAD, DE MILAGROSO FERNANDEZ NO TIENE NADA Y GUZMAN YA LE QUEDA MENOS TIEMPO PARA DECLARAR QUE HA FRACASADO CON EL FONDO. FERNANDEZ SE AFERRA A LA EXCUSA SI…PERO MACRI. LA VICEPRESIDENTA GOZA DESDE EL CALAFATE. MELCONIAN Y VARIOS ECONOMISTAS SERIOS SABEN QUE FERNANDEZ Y GUZMAN ESTÁN MINTIENDO. CON LA IMPRESIONANTE CANTIDAD DE SUBSIDIOS, DILAPIDACION DE LOS FONDOS, AUMENTO GEOMÉTRICO EN LOS ULTIMOS AÑOS DE JUBILADOS QUE JAMAS APORTARON. LA INDUSTRIA MORIBUNDA Y FUNCIONARIOS DESCANSANDO EN EL CARIBE…..NADIE NOS CREE..HACE MÁS DE MEDIO SIGLO QUE NO PAGAMOS LA PIEZA Y LA DUEÑA DE LA PENSIÓN NOS GOLPEA LA PUERTA PARA QUE NOS VAYAMOS.

Alberto Fernández y Martín Guzmán están intentando, con bastante éxito, inducir a una gran tergiversación. Quieren hacer creer que su verdadero desafío es alcanzar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Explican esa dificultad con argumentos deshilvanados, en los que se combinan supersticiones geopolíticas con fetiches ideológicos. Esa narrativa es la pantalla detrás de la cual aspiran a ocultar su verdadero problema: carecen de un programa para estabilizar la economía y evitar un mayor deterioro en la calidad de vida de los ciudadanos.

Para sembrar esa confusión, ellos cuentan con el inestimable auxilio de la conducción de Juntos por el Cambio, un cuerpo invertebrado que, a falta de un programa común, prefiere enredarse en discusiones sobre el protocolo que debe regir su relación con el Gobierno. Es un debate estéril, pero conveniente. La oposición que surgió victoriosa de las urnas también necesita disimular la carencia de una propuesta para sacar al país de una crisis que se inició en 2018 y todavía no ha terminado.

Al hablar la semana pasada frente a los gobernadores del oficialismo, Guzmán aportó una novedad: si se consideran los datos que están a la vista, lo más probable es que no se alcance un acuerdo con el Fondo. Ese es el estado de la cuestión en este momento. Saberlo permite releer todo lo que se ha dicho en los últimos quince meses en clave de “sarasa”. Desde las “conversaciones constructivas” y los “intercambios productivos”, hasta la noticia de que el entendimiento ya estaba cerrado, comunicada por el Presidente en una entrevista radial el 3 de octubre último.

Guzmán recorrió el camino inverso, al revelar que hay coincidencias con el Fondo en muchos campos, menos en el fiscal. Es como decir que no hay acuerdo alguno. Hasta los profesionales más heterodoxos admiten que el desequilibrio de las cuentas públicas está en la raíz del desbarajuste económico, sobre todo porque se financia con un tsunami de emisión. Para ponerlo en términos muy groseros: el Tesoro registra un déficit de 3 puntos del PBI. Si se tiene en cuenta que en 2022 no habrá un nuevo impuesto a la riqueza; que la sequía puede tener impacto sobre la recaudación por retenciones; y que, si las tarifas no acompañan a la inflación, habrá un aumento en los subsidios en términos reales, es posible que ese déficit pase a 5 puntos del PBI. La pretensión del Fondo es pasar de esos 5 puntos de este año, a 0 en 2025. En 2023 habría que reducir el rojo, por lo menos, a la mitad; y en 2024 llevarlo a 1%.

Además de la exigencia de este ajuste, para Guzmán aparece otro problema que tiene un sesgo personal. Él está orgullosísimo del modo en que negoció la deuda con los tenedores de títulos en dólares. Pero dada la catastrófica performance de los bonos que emitió, que se reflejó el martes en una tasa de riesgo de 1833 puntos básicos, va a ser muy difícil que el Fondo convalide su fantasía. Un eventual acuerdo incluiría un dictamen sobre la sustentabilidad de la deuda. Y lo más probable es que ese dictamen diga que es “sustentable, pero sin alta probabilidad”. Para Guzmán sería un revés político, pero, sobre todo, académico: él soñó con calzarse la corona de quien había revolucionado el modo de reestructurar deudas soberanas. Habrá que cambiar de sueño. O de tema.

Para ocultar la inflexibilidad de las matemáticas, el ministro alega un problema “geopolítico”. Se refiere a la resistencia de los Estados Unidos a avalar un programa que, con la excusa de garantizar el nivel de actividad económica, renuncie a reducir el déficit y, por lo tanto, la caudalosa emisión monetaria. En la Secretaría del Tesoro, donde reina Janet Yellen, esperan que Guzmán presente una estrategia destinada, en último término, a reducir la inflación. Yellen delegó el tratamiento del caso argentino en su principal asesor, David Lipton. Es quien, en 2018, cuando era funcionario del Fondo, diseñó el programa adoptado por Mauricio Macri. Esta es la razón por la cual Estados Unidos no avaló el dictamen crítico que elaboró el noruego Odd Per Brekk y que se publicó el 22 de diciembre pasado.

El otro que espera que Guzmán presente un plan preciso, igual que Lipton, es el responsable técnico del acuerdo: Ilan Goldfajn, nuevo director del departamento del Hemisferio Occidental del Fondo. Goldfajn es un destacado economista brasileño, que fue presidente del Banco Central de su país durante el gobierno de Michel Temer. Antes, bajo Fernando Henrique Cardoso, había colaborado con Arminio Fraga en la conducción de esa entidad. No hace falta hablar con Goldfajn para entender su lógica: jamás avalará un programa inconsistente, inspirado en enigmáticas razones “geopolíticas”. Es decir, jamás permitirá que su prestigiosa firma quede chamuscada en el incendio de un plan que, para él, carezca de calidad científica.

La situación de Guzmán tiene algunos rasgos de comicidad, si no fuera por el drama que le toca despejar. Él está de guantes y pantalones cortos, con las cejas engrasadas, subido al ring. Hace fintas, juego de piernas, y tira swings y uppercuts al aire. Pero pelea solo. En un borde del cuadrilátero están, quietos y de brazos cruzados, Lipton y Goldfajn, esperando que se decida a hablar en serio.

Guzmán prepara los argumentos que, llegado el caso, le permitan explicar que quería llegar a un entendimiento, pero que el Fondo y, sobre todo, los Estados Unidos, lo impidieron. Si se lee esta experiencia a la luz del exitoso libro de Juan Carlos Torre sobre la economía de Alfonsín, Guzmán se autopercibe como Sourrouille, pero es un Grinspun. Eso sí, de buenos modales. Lo es, al menos por ahora. Porque nunca hay que olvidar su autoflagelación frente a los bonistas privados: publicó una propuesta inicial para que se advierta después cómo fue cediendo. No una, sino tres veces. Así y todo, alcanzó un arreglo mucho más ventajoso que el que, con una retórica mucho más incendiaria, firmó Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires.

Hay un detalle que obliga a pensar si no se repetirá la misma trayectoria concesiva. A la negociación con el Fondo le salió un padrino que ya había defendido la que terminó siendo una dócil subordinación a los bonistas: Joseph Stiglitz. El profesor de Columbia y mentor de Guzmán publicó el lunes de esta semana, en Project Syndicate, un artículo en el que, dirigiéndose al Fondo, reclama que no se aplique una política de austeridad con la Argentina. Hacerlo sería, para él, arruinar el “milagro” que viene protagonizando Alberto Fernández en el terreno económico.

Ese “milagro” sería, hay que suponer, que el PBI cayó 12 puntos para rebotar 10, con una inflación que alcanza el 50% a pesar del atraso tarifario y el control del tipo de cambio, y con una emisión equivalente a 5 puntos del producto. También fue “milagroso” que el precio de la soja volara, el país consiguiera 4.335 millones de dólares en Derechos Especiales de Giro del Fondo, se registrara un récord de exportaciones, y aun así el aumento de reservas monetarias haya sido igual a cero.

Stiglitz obtuvo el Premio Nobel por sus estudios sobre las distorsiones que introducen en el mercado, sobre todo en el laboral, las asimetrías de información. No por esas veleidades de macroeconomista que, por momento, ni él parece tomar demasiado en serio. Por ejemplo, en octubre de 2007, después de reunirse con el dictador, bendijo el programa económico de Hugo Chávez. Pero en febrero de 2020 aclaró que esos elogios estaban referidos a los anuncios de Chávez, no a su puesta en práctica, que fue un fracaso. En 2010, de visita en Buenos Aires, aplaudió la gestión de Cristina Kirchner y Amado Boudou, sin darse cuenta, al parecer, de que ya hacía dos años que el INDEC estaba intervenido por Guillermo Moreno. En el caso argentino, como recordó ayer Juan Llach en su cuenta de Twitter, ese fervor era sospechoso: la Presidenta lo tenía rentado.

Es muy posible que para Stiglitz las peculiaridades de la economía que administra su ayudante Guzmán sean extravagancias folclóricas, encantos de la periferia. Él está usando a la Argentina para discutir con sus colegas de los Estados Unidos. El 9 de noviembre pasado, en el mismo portal, había reclamado que Jerome Powell no fuera confirmado como presidente de la Reserva Federal, cargo al que había accedido por iniciativa de Donald Trump.

El reproche central de Stiglitz es que Powell defendería la estabilidad, es decir, la lucha contra la inflación, por encima del crecimiento. Powell fue ratificado por Joe Biden y por el Senado. En su presentación, sostuvo que “el pleno empleo y la inflación deben ser objetivos equivalentes. Aunque hay circunstancias en las que uno predomina sobre el otro. Ahora le toca a la inflación y, por lo tanto, habrá que mantener la suba de tasas por más tiempo”. Es al Powell que realizó estas declaraciones a quien, en última instancia, Stiglitz pide que imite el “milagro” de Alberto Fernández.

A pesar de que él enfrenta una inflación del 50%, cuando la que preocupa a Powell es del 7%, Guzmán se escuda en las ideas de su maestro para interpretar que sus diferencias con el Fondo, y con la Secretaría del Tesoro, son “geopolíticas”. Si este es el problema, tal vez sea todavía más difícil que se entiendan.

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