Nada tiene que ver aquel acontecimiento donde el pueblo salió a la calle en conjunto, a brindar la lealtad de un coronel con su mujer que hicieron lo mejor (reivindicaron a las clases bajas porque había mucha asimetría con los aburguesados) y después el único heredero no fue el pueblo sino una caterva de desquiciados que amenazan con terminar el último álito de lo que fue aquella fiesta de la fraternidad.
Se distorsionó el molde, sacaron los pies del plato, se crearon nuevas vertientes y el cauce principal se quedó sin agua, sin quimeras, sin utopías, porque prefirieron la cultura del exceso y despreciaron a Sarmiento, nunca lo quisieron, porque la educación no conjuga con lo que vemos hoy, vivir del estado, vivir de arriba.
Día de la lealtad nació unida en un lugar icónico y hoy dividida en tantas plazas como tiene la Argentina. Aquello se mitificó como definiría al poder su líder: es creer y escuchar a los que están afuera, y cuidarse de los que están adentro.